Raúl Tamudo, código de barrio

Este artículo está extraído del #Panenka124, un número que sigue disponible aquí


 

Había algo en su manera de moverse que remitía directamente a la vida de barrio. Era casi una conexión neuronal, una reacción química: la mirada, el gesto, la sonrisa, la forma de eludir a un rival. Son detalles que se tienen o no se tienen. Se aprenden de pequeño en la calle o no se aprenden nunca. No hay escuela ni academia posible para jugadores tan pícaros como Raúl Tamudo (Santa Coloma de Gramenet, 1977), el delantero que llegó al Espanyol a los 14 años a cambio de seis balones, su precio de traspaso desde la ‘Grama’. Y decían que el bueno era su hermano Paco.

En su currículum destacan tanto los goles como su envoltorio y su contexto. Imposible olvidar cómo le arrebató el balón a su excompañero Toni Jiménez en la final de Copa de 2000 para marcar un gol que acababa con 60 años de sequía del Espanyol. Ese día, cuando fue sustituido en la segunda parte, corrió al vestuario de Mestalla y abrió todas las duchas. Quería que el ruido del agua le aislase de lo que estaba sucediendo en el campo, nervioso como estaba a sus 22 años. Celebró ese título agarrado al cuello de Paco Flores, el entrenador que lo promocionó y le bautizó en Primera. Siempre fueron uña y carne, aunque a veces chocasen: en un entrenamiento, Tamudo vaciló a Flores –“¿qué pasa, nen?”, le dijo- y el míster le echó una bronca monumental por hablarle como si estuviera con sus colegas de toda la vida. Años después, Tamudo se enfrentó al Werder Bremen en la Europa League y corrió a buscar la camiseta de un rival finlandés llamado Pasanen. Se la regaló a Paco Flores.

 

No hay escuela ni academia posible para jugadores tan pícaros como Tamudo, el delantero que llegó al Espanyol a los 14 años a cambio de seis balones, su precio de traspaso desde la ‘Grama’

 

Fue en esa época cuando frecuentó la selección. Participó en el gol de Aarhus, mito fundacional de la España ganadora, 65 toques y asistencia a Ramos. Para entonces, ya solía visitar de vez en cuando la planta infantil de algunos hospitales, bajo un estricto anonimato, para acompañar a los niños enfermos. Había debutado en Sarrià, brillado en Montjuïc y alcanzado la orilla en Cornellà, suficiente currículum antes de cerrar su carrera pasando por Real Sociedad, Rayo Vallecano y Sabadell.

Ahora, cuando mira atrás, ve un montón de goles (es el máximo goleador catalán en la historia de Primera); todos sin excepción fabricados en las calles de un barrio obrero del que nunca se irá del todo.

 


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Fotografías de Getty Images.

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