Javier Ceballos Jimenez - Erling Haaland Deus exmachina

Erling Haalnd: ‘Deus ex machina’

“Persona o cosa que, con su intervención, resuelve de manera poco verosímil una situación difícil dentro de una obra literaria”. Esta podría ser la definición de Erling Haaland, pero es la de Deus ex machina.

La expresión, que traducida del latín quiere decir “Dios desde la máquina”, viene del teatro antiguo, cuando los actores se veían ante un obstáculo, una grúa -la máquina- aparecía con alguna figura divina que solucionaba el conflicto. La técnica suele ser sinónimo de mala literatura, porque rechaza cualquier verosimilitud de los hechos. Es lo que sentimos cuando salimos del cine y decimos que el final se lo han sacado de la manga.

El fútbol, que mira que nos gusta, está lleno de Deus ex machina: un jugador que entra en el añadido y decide el partido, un error grosero del árbitro, un golazo de falta por la escuadra después de que su equipo no haya pisado el área contraria… Hay finales de partidos que, si los viéramos en la ficción, diríamos que son inverosímiles. De entre todos los Deus ex machina, Haaland es el más increíble que hemos visto nunca. Sus estadísticas son guantazos. Más goles que 13 equipos de la Premier League. Más goles que Atlético, Juventus y Borussia Dortmund. Solo un partido de liga inglesa sin marcar.

“Va Haaland y tiembla el suelo”, dijo Fran Guillén en la retransmisión del último partido del City justo antes de que marcara su gol. Haaland es la estampida, el tac-tac-tac previo a descender en una montaña rusa, Mad Max furia en la carretera. El noruego juega como si mordiera con las muelas un Calippo recién abierto. Es lo que se conocía en el patio como un abusón. No gana el juego, no se pasa el juego. Rompe el juego. Todas sus fichas de ajedrez son reinas. Engulle los quesitos del trivial. En el Catán construye Nueva York en diez minutos.

Parece el hermano de C-16, C-17 y C-18. No lo metieron en Dragon Ball porque hubiera masticado al Monstruo Buu, se hubiera casado con Chi-Chi y hubiera aplastado a Goku.

Montes decía que todos los jugones sonríen igual. También algunos delanteros están unidos por un semblante de psicokiller. Veinte pulsaciones al minuto o a la hora o al día. Haaland tiene lo mejor de los asesinos, de los francotiradores, del malo de la película. Asusta su facilidad. No puede ser que cueste tanto vivir y sea tan fácil meter goles. Atemoriza también su tranquilidad. No se sabe si no le tiembla el pulso o es que ni tiene. Hasta cuando marca medita y ya se sabe que no hay nada que ponga más nervioso que alguien muy tranquilo. Medio máquina, cyborg, androide. Parece el hermano de C-16, C-17 y C-18. No lo metieron en Dragon Ball porque hubiera masticado al Monstruo Buu, se hubiera casado con Chi-Chi y, por supuesto, hubiera aplastado a Goku. Habría sido la definitiva porque de la paliza que le da Goku se queda tranquilito en el cielo sin ganas de resucitar.

El gol tiene infinitos caminos, pero un solo atajo: un buen delantero centro. Marcar es ponerle el punto final a una frase preciosa. Si no, puedes perderte en las subordinadas. El fútbol da conferencias hasta que los delanteros desenchufan el micrófono y dicen que te calles. Con sus goles lo convierten en un deporte sin matices, sin análisis, fácil de descifrar. Abandonarse a un delantero centro es lanzarse al sofá por la noche. Cuando empieza a hacer fresquito, el delantero te tapa. Es el que riega las plantas cuando no hay nadie. Dame un ‘9’ y moveré el mundo. Lewandowski, Aspas, Cavani. Y por supuesto, Haaland. Hasta Guardiola quiere su trampa, alguien que resuelva el conflicto cuando la trama se complique. Y por fin tiene su ‘Dios desde la máquina’.



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